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Dios redime a Su pueblo para traerlos a la tierra prometida de su herencia celestial, donde morará con ellos por toda la eternidad.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1ra Ped. 1:3–4).